La movilidad en 2024: tocando tierra
Hola otra vez. Hacía ya tiempo que no posteaba nada, igual ni te acordabas que estabas en esta lista. El caso es que estoy descubriendo al tiempo que tú cual es la periodicidad de esta newsletter, así que nos ahorro a ambos la zarzuelilla de las excusas y justificaciones. Vamos al tema.
A estas alturas ya sabrás que lo que más me interesa sobre el automóvil, la movilidad y el urbanismo no son los datos sino las historias que se cuentan apoyándose en ellos, es decir, los relatos. En los últimos años una parte del imaginario de la movilidad se ha alimentado de temas recurrentes que han acaparado mucha atención: Hyperloop, Coches Autónomos, Robots de reparto, Drones… La cosa es que creo que en 2024 vamos a seguir hablando de ellas, pero para “bajarlas a tierra”. Cada vez es más difícil distinguir entre realidad tecnológica, campañas de publicidad y pensamiento mágico, y sólo separando una cosa de la otra podremos empezar a salir de este barullo global.
El coche autónomo es el unicornio que se nos promete hace décadas, algo que acabará con los accidentes y hará la movilidad accesible a todo el mundo. Una panacea tecnológica para arreglar todos los problemas causados por el transporte en el último siglo. Hay proyectos piloto en muchas ciudades del mundo que acaparan expectación y llenan las noticias en tu móvil. Está tan cerca que igual el próximo coche que tengas se conduzca solo. Sólo quedan detallitos, nada.
Pero en este año uno de esos proyectos piloto ha embarrancado. Un poco literalmente.
Cruise, la compañía de taxis autónomos de General Motors, que ya estaba funcionando comercialmente en varias ciudades de Estados Unidos, vio suspendida por la autoridad de tráfico de California la licencia para circular en ese estado. Poco después la empresa anunció que iba a retirar todos sus coches de las calles de todo el país.
La razón: una serie de incidentes y accidentes entre los que se cuentan atropellos a peatones, bloqueo a vehículos de emergencia y, el más vistoso, un taxi autónomo encallado en un pozo de cemento fresco:
El caso de Cruise se suma a la retirada de VW y Ford de su proyecto para comercializar taxis autónomos, a finales del año pasado. Y también a otros problemas que han ido encontrando casi todas las empresas que operan en este campo.
Por supuesto, una de las más sonadas ha sido la llamada a revisión de 2 millones (dos millones) de coches de Tesla forzada por la agencia de seguridad en el tráfico estadounidense. La razón, una larga serie de accidentes con muertos en los que ha estado involucrado el sistema que la empresa llama “Piloto automático” pero que en realidad no lo es.
https://cnnespanol.cnn.com/2023/12/13/tesla-revision-vehiculos-piloto-automatico-accidentes-trax/
Lo que está sucediendo en realidad es que hasta ahora las informaciones en torno a la conducción autónoma han estado impulsadas por campañas de comunicación corporativa destinadas a conseguir inversores. Inversores económicos, aquellos dispuestos a poner dinero para obtener más dinero, pero también inversores emocionales, todas las personas que han abrazado esa idea como algo realista, necesario e inminente. Unos y otros parecen estar ahora tocando tierra. O mordiendo el polvo, según se mire.
El deshinche del globo del coche autónomo puede dejar muchas lecturas pero creo que hay una especialmente práctica en estos días: que una cosa es imaginar una tecnología y otra muy distinta es poder comercializarla. Porque al tratar de implantar una idea en el mundo real, surgen consecuencias reales, económicas, sociales o ambientales. Y al tratar de resolverlas, los dilemas a los que nos enfrentamos no son tecnológicos sino morales e ideológicos.
En el siglo XX pensamos que todo era tecnológicamente posible, pero la realidad es que sólo estábamos trasladando las consecuencias a terceros que no nos importaban.
Una de las derivadas no sólo del coche autónomo sino de la sociedad hiperconectada son los centros de datos. Si quieres, son el equivalente a los pozos de petróleo o las plantaciones de caucho en el siglo XX: algo imprescindible para que usemos los coches a motor. Lo que sucede es que en el siglo pasado los pozos de petróleo y las plantaciones de caucho estaban en países lejanos que ni siquiera considerábamos “desarrollados”. Y ahora los centros de datos van a estar al lado de nuestra casa, por ejemplo en Talavera de la Reina.
Los centros de datos que facilitan la sociedad de internet en la que vivimos, (por ejemplo esta newsletter) son instalaciones físicas que requieren de un gran consumo de energía y una importante reserva de agua. En Aragón, igual que en mucha de la España interior rural, se están instalando muchos de ellos sin que seamos completamente conscientes del coste económico, social y ambiental que tendrán durante su vida útil. La gente de “Tu nube seca mi río” son una plataforma de lucha contra estas instalaciones surgida como reacción al centro de datos de Meta en Talavera.
¿Qué otra cosa ha tocado tierra en 2023? El Hyperloop, claro.
El transporte supersónico por tierra que Elon Musk anunció para obstaculizar la construcción de trenes de alta velocidad en California ha llenado de promesas fantásticas los medios, el imaginario tecnooptimista, y las ambiciones de políticos desnortados. Sin tener un metro operativo, la fantasía ha recibido el apoyo (y el dinero) de ciudades como Zaragoza, donde se han organizado reuniones a cuenta de una futura red europea de Hyperloop. Las unidades de prueba desarrolladas por la propia compañía de Musk, por Virgin o el laboratorio de Hardt en Holanda prometen que el tren entubado será una realidad muy pronto. Para ello sólo necesitan dinero. Muchísimo dinero.
Hace pocas semanas la empresa Hyperloop One, creada por Musk para desarrollar el proyecto, anunció despidos y liquidaciones anticipando su cierre.
https://forbes.es/empresas/389715/adios-a-hyperloop-one-la-alternativa-al-tren-de-alta-velocidad-ideada-por-elon-musk/
Seguramente estamos mucho más cerca de tener coches autónomos que de tener Hyperloop funcionales. Los problemas técnicos que plantea este tipo de transporte al elevarlo a la escala a la que aspira a funcionar son colosales. Ahí no sólo hace falta dinero sino también, ya sabéis, encontrar cómo esconder las consecuencias negativas en el territorio o en las arcas públicas. Hasta ahora las pruebas más realistas sólo han desplazado a unas pocas personas durante unos 500 metros a poco más de 100 km/h. El Hyperloop es un ejemplo perfecto de lo que sucede en realidad en el imaginario colectivo cuando se habla de tecnologías futuristas y prometedoras.
La fascinación que tenemos por las nuevas tecnologías es en realidad bastante antigua. Anterior a esa vaguedad que llamamos “Revolución industrial”. El siglo XIX fue un carrusel de avances impensables en el que se construyó el tópico de la “última tecnología”. Todavía hoy somos cautivos de esta idea. Otro día hablaré de los relatos en torno al origen del automóvil pero hay uno que aún domina el presente: que cuando llegó el coche a motor el salto tecnológico fue equivalente a pasar del siglo XVI al siglo XX. No sólo esto no es verdad, sino que el coche es en realidad consecuencia de más de un siglo de investigación y pruebas en barcos a vapor, ferrocarril o bicicletas. Con el coche no se alcanzó la mejor evolución posible del transporte mecánico, sino la más rentable. La más rentable siempre que se diesen unas circunstancias, un determinado marco de empleo de los recursos naturales, de control de territorios clave y de externalización de los problemas. ¿Sabes la liada que hay ahora en Oriente Medio? pues esa es sólo una de las consecuencias de ese marco que hace posible la economía del petróleo (para algunos).
Resumiendo: para un futuro mejor necesitamos mejores marcos de pensamiento global, y sólo entonces podremos valorar lo que de verdad es (o no) una tecnología revolucionaria.
Nos leemos pronto. Que disfrutes del camino.